Un diálogo entre Analogía y Filántropo, a propósito del arte en los parques.
Fernando Rovalo
─ ¿Qué, no te das cuenta de la tempestad? Nos abruma el virus, la economía, la inseguridad, no saber qué nos querrá suceder, y ¿me vienes a proponer arte en los parques? Te aprecio mucho, de veras, pero, perdón, ¿no piensas que hay prioridades más urgentes por apoyar?
Analogía tragó saliva, al intentar una respuesta que sentía, por un lado, tan obvia y, por otro, tan difícil de dar a entender a su estimado colega. Honrando ella su nombre propio, pensaba, “es como cuando, si te lo explico, el chiste ya valió”. Sin embargo, empezó serenamente a proponerla así:
─ Mira, es que todo depende de cómo entendamos al arte, su valor y el significado de hacerlo-presente en un parque…
Filántropo la interrumpió, con cortesía, pero como quien tiene la urgencia de atender asuntos más importantes:
─ Sí, ya lo sé, se trata de exhibir cuadritos bajo los árboles y gastar en los marcos, caballetes y volantes impresos a color, con las fichas y etiquetitas con los precios que, para cada uno, estiman sus autores, ¿no es cierto?
Armándose de paciencia, Analogía intentó reanudar su argumento, aunque al empezar a decirlo, se dio cuenta de que, si bien lo sentía contundente, quizá iba a sonarle un tanto académico al amigo Filántropo, tan pragmático como es él.
─ Considera, por favor, ─ le dijo, tratando de hacer acopio de todo su encanto, ─ que el arte visual, en realidad, es la «capacidad de los objetos o acciones perceptivas, tanto naturales como artificiales, para representar, mediante su apariencia, constelaciones de fuerzas (visuales) que reflejan aspectos relevantes de la dinámica de la experiencia humana1» No sólo eso. Imagínate, además, ─ añadió ─ que esto lo podemos percibir en los impulsos de la música, o en cualquier representación que combine, en el espacio, lo que se ve, se oye y se mueve durante el tiempo de su presentación, y que, quizá, su efecto ¡permanezca en la memoria de quienes lo experimentan, por mucho tiempo después!
─ ¡Caramba! ─ exclamó Filántropo, admirando en su interior la erudición de Analogía ─ Pero, aclárame, ¿para qué diablos queremos reflejar, como dices, la experiencia humana? ¿No basta con lo que todo mundo ya se-da-cuenta, de por sí, lo que le pasa en esta tormenta inacabable?
─ Sin embargo, mira, ─ casi desfalleció Analogía ─ ya hubo antes momentos y lugares en los cuales el centro más importante de cualquier acción de sus moradores consistió en ser útiles, es decir, hábiles y eficientes. En otros, lo medular para ellos, fue el ser sólo rentables, todo derroche o disminución del índice de retorno económico o político por el trabajo o la inversión era muy mal visto. Finalmente te contaría de otros lugares y momentos que valoraron fundamentalmente ser divertidos. Nada malo con ello. Disfrutaría narrártelos en detalle, pero sé que no dispones de tanto tiempo. Sin embargo, fíjate, eso sí, que todos fueron, con tristeza, parciales, fragmentarios. Nunca fueron capaces de permitirse el florecimiento completo de su humanidad. Es el arte lo que ofrece el punto de apoyo para que el potencial de cada uno realmente sea, es decir, perceptible precisamente en lo que parece y, al mismo tiempo, que, cada quien, parezca lo que, por su potencial, en realidad, es.
─ A pesar de todo, explícame, ─ indagó Filántropo, que estaba empezando a descubrir una dimensión nueva que podría honrar su nombre ─ ¿cómo puede ocurrir ese florecimiento que dices, a partir del “reflejo de la dinámica de la experiencia humana” que tú dices aparece en el arte?
─ Me dará mucho gusto, si logro hacerlo, ─ respondió Analogía, feliz por el giro que iba tomando el diálogo ─ Esto sucede por la forma-y-su-esplendor, sensorialmente presente en las-cosas, o sea, en la belleza de las obras de arte, que interactúan entre nosotros. Es, por cierto, mediante las afinidades o las semejanzas que su autor, tú, yo y todos, encontramos al percibirlas y que nos permiten explicar, recordar y provocar lo que, en realidad, potencialmente, somos, y, además, logrado con la justeza que nos pide con urgencia hacerlo hoy, y aquí, durante esta tormenta y en esta intemperie sin fin previsible que requerimos evadir y completar.
─ Muy bien, mi querida Analogía, me has convencido, ─ cedió Filántropo ─ pero, dime, ¿por qué el arte en-los-parques? ¿No contamos con excelentes museos y teatros de muy diversa índole? ¿Tú crees que no son suficientes? Reconocerás que las plazas y los parques, ya sean públicos o privados, salvo contados casos, en su mayoría, no están acondicionados o, incluso, dificultan la presentación ya sea de pintura y escultura, pero, sobre todo de conciertos o, peor aún, representaciones, por ejemplo, multi-media, que son más exigentes en su infraestructura.
─ En parte, tienes razón, Filántropo, ─ negoció con amabilidad Analogía ─ pero, permíteme señalar atributos de los parques que no podemos encontrar, para nada, en ningún museo o teatro de la ciudad, sin que esto demerite, por cierto, la calidad que, sin duda, tienen los ya existentes.
─ De acuerdo, Analogía, te escucho con atención.
─ El efecto de este tiempo de tormenta que nos ha sido dado, ha convertido en amenazador el espacio de la ciudad que debería ser, al contrario, un lugar acogedor, que protegiera a la comunidad de esta intemperie violenta. Piensa también que, ya de por sí, la naturaleza ha quedado lejos, remota, tan sólo visible en áreas diminutas y, con frecuencia, descuidadas. Amigos educadores, muy serios, señalan la generación creciente de un «trastorno por déficit de naturaleza2» en los niños. Yo, me atrevería a añadir, también en los adultos. Los dos aceptan compartir, por esto, que, en sus vidas, todo es-construido y no se-dan-cuenta de lo que, en realidad podríamos, con gusto, descubrir. La consecuente falta de serenidad para contemplar, es causa del déficit de atención que ambos padecen, en detrimento de su propio desarrollo humano.
─ Te voy siguiendo, ─ comentó Filántropo ─ pero sólo has argumentado sobre el déficit de naturaleza, ¿qué tiene que ver esto con el arte que pretendes promover ahí?
─ Allá voy, no te desesperes. Imagínate que podamos reunir para los moradores de cierto barrio o alcaldía, en una sola experiencia perceptiva, por un lado, un entorno urbano acogedor, que además presente, en su espacio interior, no una mera “muestra” de naturaleza, sino la presencia ordenada de sus atributos naturales centrales3 y que, entre los dos, puedan enmarcar, y por esto, significar, la obra de arte que se ofrece a su triple contemplación: de sí misma, en el parque, y la ciudad. Es decir, la oportunidad de hacer presentes, mediante todos los sentidos, la afinidad con el desarrollo de su potencial humano.
Analogía sintió la urgencia de completar su argumento con un par de observaciones más, al pensar que lo importante ya lo había dicho.
─ Considera, además, Filántropo que, en realidad, a pesar de los muchos y espléndidos museos de la ciudad, no hay cupo en ellos para su numerosa población. Seguramente has sido testigo de las impresionantes colas que forman quienes desean pasar a contemplar ciertas exposiciones temporales. Una paradoja, por otro lado, la confrontamos al saber de otros vecinos que nunca irían a un museo, pero, en cambio, cruzan el parque a diario para ir a sus otros destinos, con la ocasión de proponerles contemplar su ciudad y naturaleza, como marco integral del arte. ¿Qué te parece?
Analogía, finalmente, calló, segura de una acción pronta y entusiasta de Filántropo hacia su proyecto.
200918. FR.
1 Rudolf Arnheim, The Power of the Center. A study of Composition in the Visual Arts. (Berkeley and Los Angeles: University of California Press, 1982), 215.
2 Richard Louv, Last Child in the Woods. Saving Our Children from Nature Deficit Disorder. (Algonquin Books of Chapel Hill, North Carolina, 2006).
3 Rudolf Arnheim, El Pensamiento Visual. (Editorial Universitaria de Buenos Aires, Buenos Aires, Tercera edición, 1976).